El Testimonio de los Nuevos Mártires

El siglo XXI comienza con una situación abrupta para la Religión Católica. A pesar de los desarrollos de las tecnologías, de situarnos en una aldea global, como los sociólogos han llamado al planeta en este siglo, incluso, cuando, parece, que la sensibilidad hacia los más necesitados y la lucha contra las desigualdades y las injusticias toma Carta de Ciudadanía, la Iglesia sufre una persecución en dos direcciones que acaban confluyendo en el mismo final: El Martirio.

Hoy día, 1700 años después del Edicto de Milán (313 d.C.), sigue habiendo cristianos perseguidos por su creencia y vivencia. Hay Testigos de la Fe que derraman su sangre por causa de Cristo. Kenia, Egipto, Siria, Irak…y tantos lugares del mundo donde Creer es motivo para volver a las catacumbas y ser echados a los Nuevos Leones de esta época. Ante ello, no es que nuestros políticos, los medios de comunicación y los ciudadanos, en general, se sumen a la “fiesta” jaleando ese proceder. Pero sí es cierto que tampoco elevan su voz para condenarlo. Es una persecución cruel, visible, sangrienta, occidente comenzó otra cruzada contra la Iglesia, más callada, más sibilina, si cabe, más destructora. San Juan Pablo II, allá por el año 2003, escribía en la Exhortación Apostólica Ecclesia

in Europa, nos decía que Europa había perdido la memoria histórica y la herencia cristiana, que había despilfarrado el patrimonio recibido a lo largo de la historia y que vivían en una especie de agnosticismo práctico donde, se tiene la impresión de que lo obvio es no creer, siendo más fácil declararse agnóstico que creyente.

Todo esto, enmarcado en un largo de secularización, que, junto a los cambios culturales, de nuestro mundo, ha hecho de la nuestra una sociedad auténticamente pagana.

Hasta la legislación de muchos países se ha hecho a la manera y medida de la sociedad, se han posicionado contra los valores defendidos por la Iglesia. Y tenemos Leyes contra la estabilidad familiar (Divorcio exprés), contra la vida (Ley del aborto), contra el matrimonio (Uniones homosexuales, no solo equiparadas, sino puestas por encima del matrimonio cristiano), contra la libertad religiosa (Clases de Religión), contra la falsa libertad de expresión (tratamiento que se dispensa en los Medios de Comunicación a la religión y a lo religioso, en general, y, de manera muy especial, a la Iglesia católica.

Podemos decir, sin exagerar, que, hoy, los cristianos viven una persecución callada, de exclusión y marginación, y son, muchas veces, objeto de mofa, de desprestigio y de escarnio.

Y, en ese contexto, no se ha producido (como algunos auguraban) el debilitamiento, y mucho menos la muerte, de lo que llamamos Religiosidad Popular. Muy al contrario, podemos decir que asistimos a un nuevo florecer de la misma.

Aquí aparecéis también vosotros, que celebráis un año Jubilar, conmemorando el tercer centenario del nacimiento de vuestra Hermandad. ¡Trescientos años! dando testimonio de vuestra fe en Jesucristo, de vuestro amor a la Virgen, de vuestra unión con la Iglesia, de vuestra tarea, en todos los ambientes, como testigos del Evangelio.

¿Se trata de una reacción que resiste el ambiente religioso y cultural que nos ha tocado vivir? Es posible que suceda algo de eso. Pero ¡trescientos años avalan una presencia mucho más amplia y larga que nuestro momento concreto. Lo cierto y verdad es que ahí están, hoy, entre otros, nuestras Hermandades y Cofradías actuando y mostrándose como Iglesia.

¡Trescientos años! siendo alternativa para un mundo sin Dios, vehículo de transmisión de la fe, mostrándola públicamente, sin complejos ni recortes, en nuestras calles y plazas…y en vuestras propias familias, donde, de modo natural, vais integrando a los vuestros en este modo de pensar y de vivir. Estáis devolviendo a nuestro mundo el sentido de lo sagrado y de lo trascendente. Resaltáis la figura de un Dios providente y amoroso. Insistís con fuerza en el valor de la Cruz y del sufrimiento unido a Cristo muerto y resucitado. Os convertís en ejemplo de solidaridad, amistad y fraternidad. Desarrolláis también la unión del mensaje cristiano con la cultura de cada pueblo. (Cfr. “Directorio de la Piedad Popular y Liturgia”, 62-63).

Es mucha la herencia que habéis recibido, y que debéis transmitir a las generaciones venideras. Vuestra celebración tricentenaria debe convertirse en una acción de gracias al Señor. Esta historia no ha comenzado con vosotros. Muchos, mucho antes, la iniciaron y fueron la causa de que, continuada por muchos otros, llegara hasta vosotros. Seguro que tenéis muy presentes a personas concretas con sus nombres y apellidos. Ellos han trabajado con esfuerzo y generosidad (quién sabe en medio de qué dificultades) por iniciar, mantener, adaptar… esta Hermandad vuestra. Ha sido, sin duda, mucha la fe vivida, la generosidad practicada, la confianza en el Señor…

Es una acción de gracias que debe concretarse en una actitud de sincera conversión. Esta tiene dos dimensiones esenciales e inseparables. Por una parte, os tiene que llevar a renovaros ante y para Dios. Lo mismo que sois una historia comenzada hace trescientos años, sois una historia que no debe morir con vosotros. La tenéis que continuar, entregándola a los que vienen detrás. Pero entregarla… mejorada.

Se impone un esfuerzo de recuperación y de adaptación. Hay que desempolvar los fines primeros, las aspectos que, a lo largo del tiempo, han acompañado como importantes y definitorios a vuestra Hermandad. Quizá, no para retenerlos tal cual, en un principio, se entendieron (ha pasado mucho tiempo y las cosas han cambiado mucho), pues se estaría haciendo gala de una tradición mal entendida. Pero sí se debe purificar el fundamento primero y original. Volved a las fuentes, al origen, al principio. Liberadlo del paso del tiempo, limpiadlo de todas las impurezas y añadiduras extrañas…

Cuando este ejercicio de revisión y adaptación se hace con sinceridad, inmediatamente aparece para nosotros el compromiso para con los demás. Es algo que ha acompañado, también de modo constante y ejemplar. Los más desfavorecidos, los pobres. Y es que no se pueden separar el amor a Dios, el cuidado de la vida espiritual, las celebraciones litúrgicas, las procesiones… y el amor a los pobres. Nos lo die San Juan: “Quien dice que ama a Dios y no ama a sus hermanos, es un mentiroso”.

El segundo aspecto dela conversión es el compromiso para con los demás. Nos lo acaban de decir nuestros Obispos: ” en la medida en que nos conformemos más a Él, de manera que veamos con sus ojos, escuchemos con sus oídos y sintamos con su corazón, nuestra caridad será más activa y más eficaz. Cuanto más identificados estemos con los sentimientos de Cristo Jesús, más encendido será nuestro amor a los hermanos. La conversión a Cristo ha de ir de la mano de un retorno solícito a los que necesitan nuestro auxilio. Por otro lado, al contemplar las penurias y estrecheces de los desfavorecidos con los ojos de Cristo, se reaviva nuestra caridad y crece nuestra identificación con Él”. (La Iglesia, servidora de los pobres, 34).

El ejercicio de la caridad debe ser fruto de una celebración como la vuestra. Nos dice el Papa Francisco que, empezando por los propios hermanos de Hermandad, hay que alargar la caridad hasta las instituciones y espacios institucionales de nuestra sociedad. Revisad y acomodad este aspecto en la vida de vuestra Hermandad.

Os animo, pues, a continuar dando testimonio de Cristo muerto y resucitado. Y no olvidéis la presencia de María como Madre de la Iglesia. Desde ellos, seréis en esta sociedad nuestra, nuevas semillas que esparzáis como Nuevos Mártires. Vuestro Jubileo es, sin duda, un regalo del cielo. Tendréis que vivir este regalo como lo que es: un año de gracia, donde la presencia de Dios, os lleve a vivir más fielmente el Evangelio. Haced sin miedo profesión de vuestra fe. gen, en comunión con los Santos.

“No tengáis miedo, Remad mar adentro” como nos enseñó el Maestro y nos recordó San Juan Pablo II. Sed libres y valientes. Reclamad vuestros derechos a creer, profesar vuestra fe y defender vuestro Credo.

Y seguid trabajando, con vuestro ejemplo de fe, vida y oración para que la Venida del Salvador se vaya haciendo más real cada día, más ferviente, más esperanzadora. Apoyaos en las armas de la oración personal, acercaos asiduamente a la Eucaristía y la Reconciliación, intensificad y profundizad vuestra relación con el Señor, vivid en comunión entre los hermanos y con vuestra parroquia, sacerdotes y el Obispo, como vuestro guía. Sabeos elegidos y llamados por el Buen Pastor, consolados por el Padre del Amor, abrazados por su Madre y nuestra Madre María, sentíos miembros de un pueblo Santo, que tiene como casa la Iglesia, y peregrina en la diócesis de Ciudad Real. Buscad la coherencia entre lo que creéis y vivís. Sed levadura en la masa de la sociedad y ejemplos en medio del mundo. Y no os desaniméis antes las adversidades porque, como nos recuerda S. Pablo: Sabemos de quien nos hemos fiado.

“La mies es mucha y los obreros pocos”, habéis sido llamados a ser obreros del Reino de Dios, actuad como lo que sois.

Enhorabuena. Y vivid este Año Jubilar en su Gracia bajo la advocación del Santísimo Cristo de la Misericordia y María Santísima de la Palma.

Solo así reharéis los caminos de crecimiento que han acompañado a vuestra Hermandad desde su comienzo. Y os convertiréis en auténticos confesores de la fe en una época llena de grandes esperanzas y de fuertes contradicciones. No olvidéis que la Iglesia de nuestros días tiene necesidad de vosotros.

Antonio Algora

Obispo de Ciudad Real

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